Thursday, June 07, 2007

Identikit del gorila

escribe GUSTAVO GORRITI

¿Cómo armar un identikit de Hugo Chávez? No es fácil, porque si los trazos no son precisos, uno puede terminar con un retrato que sugiera un mellizo de Fujimori, o de Fidel Castro, o de Mahmud Ahmadinejad, o de Alexander Lukashenko.

Todos estos son o fueron gobernantes de diferentes latitudes y longitudes dictatoriales, unidos entre sí, sin embargo, por su común cercanía con el polivalente dictador caribeño, el enemigo globalizado de la democracia.

Desde antes de la elección de Chávez a la presidencia de Venezuela me pareció claro que hasta el año dos mil los dos peores enemigos de la democracia en el hemisferio fueron Fujimori y Chávez. A partir del dos mil la amenaza quedó concentrada en el gorila del Orinoco.

La tensión entre democracia y dictadura está virtualmente inscrita en la partida de nacimiento de nuestras repúblicas. Tanto uno como otro sistema son centrífugos, expansivos. Por eso, el péndulo perverso entre democracias y dictaduras ha recorrido Latinoamérica de un extremo a otro, una década sí y la otra también. La posguerra de la década de los cuarenta fue democrática; los cincuenta fueron dictatoriales; los sesenta precariamente democráticos; los setenta brutalmente dictatoriales; los ochenta representaron el retorno a la democracia; y los noventa, con el fin de la guerra fría, inauguraron, a través de Fujimori y Chávez, una nueva forma de afianzar el autoritarismo, cuando el gorilaje puro quedó ya desprestigiado: la dictadura travesti. Que se maquilla de democracia para engañar con lo que falta, o lo que sobra.

Aparte el maquillaje, como antes fue con Fujimori/Montesinos, Chávez se revela en lo que es: un dictador. Su propósito, siempre claro, ahora explícito, es permanecer en el poder todo lo que le permita su tiempo biológico. Las acciones que ha llevado paulatinamente a cabo, desde el control total del Parlamento hasta la toma reciente de RCTV, son parte de un libreto que con mayor o menor variación ha sido utilizado por todos los dictadores que llegaron al poder a través del voto, desde Mussolini hasta Fujimori.

La diferencia con Fujimori (y antes que él, con Pinochet), es que Chávez utiliza un lenguaje izquierdista, tiene como beneficiario y aliado a Fidel Castro y utiliza una dura retórica antiestadounidense. Con el sencillo de los petrodólares lleva a cabo, además, campañas sociales. Ambas cosas le han ganado simpatías entre ciertos círculos de izquierda latinoamericana y hasta con organizaciones de derechos humanos, sobre todo en el cono sur del continente.

Uno se pregunta cómo puede ser posible esa torpeza y, en algunos casos, esa hipocresía. Gran parte de la izquierda aprendió desgarradamente, en las cámaras de tortura de las dictaduras y en la cosecha trágica de los escuadrones de la muerte, que la democracia y los derechos humanos eran mucho más que formalidades burguesas. Muchos izquierdistas sobrevivientes de aquellos años se convirtieron en abnegados defensores de los derechos de las víctimas y en eficientes investigadores y fiscales de los verdugos.

Pero los que se negaron a ver, por ejemplo, la persecución contra los periodistas en Cuba y ahora defienden y aplauden (aunque a veces como focas) las medidas de la dictadura chavista, parecieran no haber aprendido nada del pasado y nada de su experiencia.

¿Por qué apoyan a un dictador zafio y patanesco como Chávez? ¿Por la retórica anti-yanqui? ¿No saben, o pretenden no saber que la principal fuente de ingresos petroleros de Chávez es Estados Unidos? ¿Que cuanto más despotrica el gorila contra los yanquis, más vende su cadena Citgo en ese país? ¿Que los aliados de Chávez son gente como el medieval Ahmadinejad, cuyo respeto por los derechos humanos es competitivo con el que tuvieron Videla, Stroessner o Galtieri? ¿No es obvio que lo que une a esa torva liga de tiranos es el empeño por mantener altos los precios del petróleo, y las enormes fortunas consiguientes sobre las cuales, Chávez sobre todo, tienen control discrecional?

Uno de los primeros y más influyentes asesores que tuvo Chávez fue el neofascista argentino Norberto Ceresole. Del mismo tronco de fascistas que formaron y deformaron la mentalidad de los militares de la guerra sucia. Ver a algunas de sus víctimas defendiendo ahora a Chávez lleva a preguntarse cuán tóxico para las neuronas puede ser el exceso de carne en la dieta.

Claro que, en los tiempos de Cheney, Tenet, Rumsfeld y Bush, la retórica antiyanqui vende fácil. Hay una vieja técnica polémica que consiste en eludir el examen de los pecados propios haciendo ver los defectos del contrario. Hace unos días leí un despacho de IPS que defendía oblicuamente la toma de RCTV en Caracas mencionando las agresiones contra la prensa en los países que se oponen a Chávez, y las propias debilidades y pobrezas de los medios de prensa en esos países también.

En forma más directa, el canciller chavista Nicolás Maduro se defendió en la reciente reunión de la OEA atacando a Estados Unidos por los presos de Guantánamo y por el muro antimigratorio en la frontera con México. Como si lo uno o lo otro justificaran la dictadura en Venezuela.

Los hechos son que Chávez es un tirano en Venezuela y un enemigo de la democracia en el continente. Frente a él, los gobiernos democráticos deben ser enérgicos en contenerlo y claros a la vez en apoyar a la oposición democrática en Venezuela. El apaciguamiento no funciona nunca con los matones, y con Chávez menos que con otros.

Pese a sus esfuerzos por fortalecer su aparato de seguridad interno, no tengo dudas de que Chávez va a caer, como no las tuve respecto de Fujimori en el pasado. La pregunta es cuándo y a qué precio.

Por las buenas no se va a ir. Eso, creo, está claro. Entonces, queda por saber cómo va a ser sacado. Ese es el mismo problema que tuvimos en el Perú a fines de los noventa y en el dos mil. La respuesta aquí (y me parece que también debe ser la de allá) fue la de la resistencia no violenta. Eso significa movilizaciones crecientes, organización y dominio paulatino de los espacios públicos. Es una confrontación de voluntades que requiere gran tenacidad para triunfar. ¿Lo logrará la oposición democrática venezolana? Creo que sí.

Un momento importante aquí fue la movilización de estudiantes luego del atropello al Tribunal Constitucional. Ese fue, quizá, el largo comienzo del fin. Ahora, en Caracas, los estudiantes han salido también y expresan esta vez la opinión mayoritaria de su nación. Pasarán todavía muchas cosas, unas buenas, muchas malas; pero llegará el momento en que el equivalente venezolano de la Marcha de los Cuatro Suyos tome las calles de Caracas y que luego de días difíciles y hasta de horas luctuosas, como las hubo aquí, se desplome la dictadura. Ojalá que lo que emerja luego de esa lucha sea mejor que lo que nos tocó en suerte aquí.

(de CARETAS 1979)

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